jueves, 29 de enero de 2015

El día que soñé que viajaba

A pesar del tiempo, a pesar de la distancia, aún hay tres cosas que no se marchitan en mi corazón; una rosa de papel, la luz de tus ojos y mi amor por vos.

Era una tarde lluviosa de abril, me encontraba preparándome en mi habitación para salir. Sabía que mi viaje iba a ser largo y que tal vez tardaría mucho tiempo en volver a ver a mi familia. A pesar de eso no quería despedirme ya que los días anteriores a mi viaje habían sido largos y tortuosos. Abajo en la sala todos aguardaban mi partida en silencio. Terminé de empacar las cosas que creía que iba a necesitar y quería llevar conmigo, recordé todos los momentos vividos en aquella habitación y retomé impulsos para apresurar mi partida.

Bajé las escaleras que me conducían a la sala, mis padres y hermanos esperaban sentados sin pronunciar palabra alguna. Me acerqué a todos diciéndoles lo mucho que los amaba y lo mucho que los iba a extrañar, pero ninguno de ellos se atrevió a mirarme a los ojos. Al acercarme a mi madre, noté que sostenía entre sus dedos el viejo y descolorido rosario con el que rezaba todas las noches, traté de tomar sus manos entre las mías pero ella se tapó el rostro para ocultar el llanto, yo entendí el profundo dolor que le causaba mi partida por lo que no quise torturarla más y me despedí con un simple beso en la frente. Al acercarme a mi padre, vi que también lloraba con los ojos cerrados, cosa que en mi niñez me hubiera sorprendido mucho ya que casi siempre había mostrado una gran fortaleza en estas situaciones, pero en los últimos años había notado como el hombre que me vio nacer y crecer se hacía cada vez más viejo y más sentimental; puse mi mano en su hombro, lo miré a la cara y le dije un “te amo” que a mi mismo me heló la sangre a lo que el respondió con un susurro entre su llanto:

- Voy a extrañarte demasiado muchacho.

Solté su hombro y le pedí que por favor me alcanzara después con mi equipaje, a lo que el no respondió nada. Un detalle enviado por una gran amiga de la juventud me causó un desagrado indescriptible, eso y la actitud exagerada de mi familia. Pero debía yo también admitir que sentía una gran tristeza al alejarme de ellos y por el largo viaje que me esperaba. Salí de la casa cuando aún lloviznaba un poco e iba pensando en todo lo ocurrido anteriormente, en las causas de mi repentina partida, en mis tristezas, en mi futuro y llegué a la conclusión de que ya nada tenía sentido y que no valía la pena desgastarme pensando en ese asunto. Caminaba por la mitad por la calle solitaria a causa del aguacero que había caído hasta hacía poco, llevaba las manos en los bolsillos y miraba hacía el suelo. Avancé un gran trayecto, había perdido ya la noción del tiempo que llevaba marchando y por alguna razón sentí que estaba tardando mucho más de lo que había pensado, cuando pasé por un lugar que se me hacía extrañamente conocido pero al que en mi vida, no recordaba haber entrado jamás.

De pronto sentí un gran impulso de entrar a ese lugar como si debiera hacer aún algo más antes de partir. Seguí caminando un poco más, buscando una puerta o un lugar por el que pudiera ingresar las tapias exteriores eran enormes y ruinosas. Cuando encontré una entrada empecé a recorrer el sitio que tenía un aire lúgubre y solitario; adentro una espesa neblina dificultaba mi visión, pero el lugar a simple vista parecía un enorme campo baldío. En algunos sitios el prado alto se encontraba amarilleado y marchito por el sol, aunque empezaba a reverdecer a causa de las intensas lluvias de los últimos días. Caminé por el campo sin comprender muy bien donde estaba. De repente tropecé con algo entre el prado que me llegaba hasta la cintura, pero que no supe bien que era e ignoré por completo. Continué caminando hasta que un aroma conocido me detuvo, era el perfume de una mujer, aquella mujer a la que había amado tanto durante los últimos años de mi vida, con la que había pasado tantos recuerdos hermosos en la habitación que había abandonado hacía rato, la misma mujer que podía ser la causante de mi repentino partir. Empezaba a caer la tarde cuando su voz me dijo:

- Hola, ha pasado tiempo desde la última vez que hablé contigo.

Dudé unos instantes y giré para mirarla a los ojos, pero ella al igual los demás ese día y por alguna rara razón, no me devolvía la mirada. Su apariencia había cambiado bastante desde nuestro último encuentro, parecía algo mayor, como si hubieran pasado años desde la última vez que nos vimos y tenía una actitud solemne difícil de definir. No dije nada pero ella continuó así:

- Es raro hablarte de nuevo ¿sabes?, más ahora que se que no vas a responderme y tal vez no quieras escucharme, pero necesito decirte algo.

Desde mis adentros quería responderle, quería decirle tantas cosas, sin embargo sabía que sería inútil, sabía que no debía hacerlo, porque haberlo hecho solo nos habría lastimado más. No me sorprendía que ella lo supiera o lo entendiera, ya que de alguna extraña manera nos habíamos conocido muy bien desde el comienzo, bastaba solo con mirarnos a los ojos o con oír nuestras voces para saber lo que sentía o quería el otro. A pesar de que quería callar y mi conciencia me decía que me apartara, que no la escuchara, que me alejara de allí; quería escucharla, quería oír su voz y quería oír lo que tenía que decirme antes de partir. Es bien sabido para todos que los seres humanos nunca hacemos lo que debemos o tenemos que hacer, nunca hacemos lo que nos conviene, siempre terminamos haciendo lo que se nos viene en gana; así que de mi boca solo se pudo emitir un débil:

- Te escucho.

Vi como se estremeció al pronunciar mis palabras, se frotó los brazos con las manos en señal de escalofrío y siguió diciendo:

- Lamento mucho lo que pasó, aunque debo admitir que no hubiera venido a verte de no ser porque pasaba por aquí y te encontré por casualidad. Estaba visitando a mi padre, pasé a saludarlo porque me sentía algo sola ¿Sabes? Hace tiempo que no lo hacía y como siempre mis actos o mis omisiones a pesar de ser perfectamente calculados no dejan de atormentar mi consciencia por las noches. Las cosas no han sido fáciles últimamente; pero ahora que estoy aquí debo confesarte muchas cosas, quizás; solo por el placer egoísta de sentirme aliviada -Hizo una pausa por un momento y continuó-Jamás te quise como tú me quisiste a mí es cierto, ya que el dueño de mi corazón era, es y seguirá siendo otro hombre; sin embargo eso no significa que no te haya apreciado, te guardo un gran cariño y te extraño mucho. Eres una persona a la que difícilmente podré olvidar jamás.

Es cierto que mientras estuve contigo pensaba en él, que mientras estaba contigo lo extrañaba y que más que amarte, seguía a tu lado por un sentimiento de despecho y soledad que aún no puedo explicar; incluso después de llevar tiempo contigo estuve con él y me alejé de ti cuando lo supiste,para arreglar mi vida a su lado, pero las cosas no funcionaron y decidí volver al tuyo cuando él se marchó, ya que sabía que difícilmente alguien más iba a lograr quererme como lo hacías tu y que nadie lograría brindarme la compañía que tu mismo me brindabas; pero, como tu mismo lo dijiste una vez, lo que mal empieza, mal ha de terminar y ese fue el momento en el que tu también dejaste de quererme. Pasé de ser el gran amor de tu vida a convertirme en una obsesión para ti y eso no pude soportarlo. El bonito sentimiento que sentías por mi se transformó de alguna extraña manera en un odio insoportable así que decidí de nuevo alejarme de ti. Puedo parecer muy cínica, pero ahora debo confesarte de que a pesar de que he sufrido mucho con esta situación no me arrepiento de lo que hice y no soy capaz de pedirte perdón, ya que si la situación se repitiera una vez más, una vez más actuaria de la misma forma, sé que a pesar de lo sucedido es imposible para mi cambiar, ahora quisiera que lo entendieras, aunque tu en la posición que te encuentras no seas capaz de hacerlo. También debo decirte que a pesar de que muchas veces busqué el amor en otros hombres e incluso algunas veces quise quedarme sola, finalmente regresé a su lado. A veces, las cosas entre los dos mejoran, a veces empeoran; tal vez porque ni el ni yo somos capaces de respetarnos el uno al otro, pero a pesar de eso, se que lo amo y es ya muy difícil para mí alejarme de él. Solo quiero que sepas que a pesar de todo yo ya te he perdonado porque también debes admitir que cometiste muchos errores, quizás no tan graves como los míos, pero errores al fin y al cabo. Ahora debo marcharme, tal vez algún día volvamos a vernos pero si no es así ya te he dicho lo que necesitaba decirte. Adiós, espero no me guardes ningún rencor.

Al decir esto una lágrima rodó por su mejilla, pasó junto a mi lado cubriéndose los labios y se marchó; quise girar para detenerla, quise decirle que la amaba y que desde lo más profundo de mi corazón solo le deseaba que fuera feliz, pero ya era demasiado tarde. Cuando al fin tuve al valor para girar y tratar de ir a buscarla, tropecé con algo nuevamente, al parecer era una piedra o una loza de cemento; me detuve a mirarla por un instante y grabados sobre ella pude leer tres renglones que me hicieron caer tendido de rodillas y entender lo que en realidad estaba pasando; en el primero estaba grabado mi nombre completo, en el segundo la fecha exacta de mi nacimiento y en el tercero la fecha de ese día, la fecha del día que soñé que viajaba.

Mayo de 2010

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