viernes, 23 de enero de 2015

El Engendro

¿Qué tipo de abominación es esta, qué suerte de secretos esconde y qué clase de futuro me espera?

Mi vida desde niño transcurrió en un total aislamiento del resto del mundo, no solo por la enorme casa en la que vivo, sino también; por la forma como fui criado y educado por mi abuelo al que las personas del común tachaban de viejo ricachón y excéntrico.

Mi casa está a varios kilómetros de la vereda más cercana, a la que solo se puede llegar por un camino de tierra o cruzando a través de los sembradíos de caña de azúcar que predominan en la región; entre otras cosas creo que se ve ridícula en la mitad de un paisaje enmarcado por la invasión de un cultivo que ahora colinda fastidiosamente con mis propiedades y desde hace mucho tiempo ha venido reemplazando el bosque que apenas si tuve la oportunidad de conocer en mis primeros años de vida. Mis padres murieron cuando era yo muy pequeño y desde entonces estuve al cuidado de mi abuelo y unos cuantos empleados que me conocen desde que pude dar mis primeros pasos y decir mis primeras palabras. Hoy vivo casi que solo en aquella casa de jardines oscuros y en parte marchitos, que están rodeados por altas tapias de piedra; dichas tapias con el paso de los años han ido siendo dominadas por unas enredaderas que le dan un aspecto más melancólico al que para mí es un paraíso en la mitad de la nada.

Parte de mi educación la recibí los primeros años en un colegio privado propiedad de la familia que aún existe en la ciudad. Todos los días me llevaba muy temprano en las mañanas un conductor que había servido a mi abuelo desde mucho antes que yo naciera, y me recogía justo después de salir para llevarme de regreso a nuestra retirada casa de campo.  Con el pasar de los años mi aislamiento de la sociedad fue forzado a tal punto que ya no era yo quien viajaba para llegar al colegio, sino que se contrataron para mí un grupo de profesores que viajarían todos los días hasta nuestra casa para enseñarme solo lo que mi abuelo creía necesario.

Mi abuelo fue un tipo misántropo que jamás tuvo para conmigo la menor muestra de cariño, a pesar de eso fue él mismo quién me educó en las maneras de manejar desde la casa, como lo hizo hasta el momento de su muerte, lo que él llamaba los negocios de la familia, visitando el mundo exterior solo para tratar con problemas muy graves y que no se podían manejar desde la distancia. Los empleados de mi abuelo siempre fueron los mismos desde que puedo recordar y varios de ellos en defecto sus hijos continúan sirviéndome ahora que estoy a cargo de todo, aunque jamás alguien ajeno a la familia pasó una noche junto a nosotros en esta casa por algo que hace tiempo atrás me parecía solo una de las tantas rarezas de mi abuelo; pero es una situación que casi siempre he disfrutado mucho y que hoy comprendo perfectamente.

A pesar del aislamiento en el que he sido educado, siempre me he sentido muy cómodo y poco atraído por lo que sucede más allá de mis casi infranqueables murallas de piedra, inclusive muchas de las comodidades modernas ideadas para mantener en contacto constante al resto de las personas, las he utilizado en beneficio de mi ostracismo del mundo. La casa es una de dos pisos, un gran árbol de caucho del que cuelgan muchas lianas hasta tocar el suelo gobierna el jardín y custodia desde hace siglos la parte derecha de la entrada. La casa por dentro es espaciosa, mucho más de lo necesario, con un sótano lleno de antigüedades y curiosidades de valor incalculable en el que mi abuelo pasaba la mayor parte del tiempo. Un enorme estudio repleto de libreros y estantes de madera carcomida por los años y las polillas, atiborradas de tomos muy interesantes que narran en su interior las más fascinantes historias de fantasía, horror y ocultismo, que a pesar de llevar años devorándolas todos los días, aún no llego a la mitad de mi colección.

En pocas ocasiones me había sentido tan interesado en algún tema del mundo exterior que no fueran los negocios que me sirven para llevar la vida que llevo apartado del resto de la sociedad y que me fueron heredados de cuna; como aquella noticia que había leído ese viernes en la mañana en el diario. Había escuchado rumores de mis empleados de lo que ocurría en la vereda vecina, pero leer esa noticia en el periódico, causó en mi cierta curiosidad inexplicable. Parte de la noticia decía lo siguiente:

"El Engendro de E…

Extrañas desapariciones tienen alarmados a los pobladores de E…, en menos de un mes dos niños de diez y doce años, una niña de seis, un niño de ocho años y una joven de diecisiete han desaparecido bajo extrañas circunstancias. Según los testimonios de sus familiares han desaparecido entre las dos y las seis de la tarde sin dejar mayores rastros, a excepción de los casos de la joven en el que se han encontrado señales de resistencia y vestigios de sangre, y el caso del muchacho de ochos años en el que los vecinos de los padres del chico aseguran haber escuchado un grito horas antes de que se diera el aviso de su desaparición. Los lugareños se encuentran aterrados por los extraños sucesos e incluso han organizado grupos de búsqueda y de defensa para tratar de hallar a los menores perdidos y para reaccionar en caso de que hechos similares ocurran nuevamente. Las autoridades piden a los pobladores de la vereda de E… mantener la calma e investigan la posibilidad de que las desapariciones estén relacionadas entre si, debido a la similitud de las circunstancias, aunque no cuentan con muchos indicios que conduzcan al paradero de los desaparecidos y se teme la posibilidad de que se trate de un criminal en serie. Entre los lugareños corre el rumor de que se trata de una criatura monstruosa a la que comúnmente llaman el Engendro, que ataca y devora a los animales de granja, incluso hay testimonios de algunos pobladores que dicen haberlo visto; lo describen como una fiera de gran tamaño de apariencia grotesca que ronda por los cañaduzales al atardecer, aunque nunca antes había atacado a las personas. Autoridades en la materia no descartan las posibilidades de que pueda ser un animal salvaje el responsable de los hechos y buscan rastros de su presencia en la zona, aunque hasta el momento no se ha encontrado ninguna pista."

Además figuraban con la noticia los testimonios y las descripciones del supuesto animal aunque estas coincidían muy poco entre sí; un hombre lo describía como un reptil largo y delgado; una anciana decía haber visto un gato gigantesco y varios pobladores más decían haber visto solo su “sombra” cuando corría entre los cañaduzales. Hubo algo que causó en mí un terror inexplicable hacía aquella criatura; pero aún más, la curiosidad por averiguar más acerca de ese misterio se apoderaba de mí mientras leía y releía la noticia. De esa forma ese mismo día decidí salir de mi encierro para averiguar en la vereda un poco más acerca de lo ocurrido. Por supuesto las primeras personas que se me ocurrió visitar fueron los padres de los chicos desaparecidos; aunque muchos me conocían poco contacto había tenido con ellos, así que me presenté con ellos argumentando que me encontraba bastante preocupado por lo que venía ocurriendo recientemente, ya que esta situación también podría afectarme a mí en determinado momento (cosa que en parte era cierta); aunque como era de imaginar, la consternación que había causado en ellos la desaparición de los muchachos no permitió que me brindaran mayor información al respecto, el paso siguiente fue buscar información entre las personas que testificaban haber visto al animal pero no pude averiguar más que lo expuesto en el periódico; finalmente intenté investigar algo con algunos de los miembros del grupo local de búsqueda, pero lo único que logré fue que me pidieran una colaboración monetaria, para salir en cacería del monstruo. Colaboración que acepté brindarles no de muy buen gusto.

Regresé a casa esa tarde mucho más intrigado de lo que estaba antes de ir a E… No me sorprendió que algunas personas de la vereda fueran desconfiadas o cortantes en el trato a pesar de ser mis vecinos de toda la vida, pues en muy pocas ocasiones la había visitado y como ya he dicho antes, no suelo salir mucho de casa. Debo admitir que no me sentí para nada cómodo entre ellos; me molestaba profundamente su forma de vivir, su forma de vestir y la forma vulgar como se expresaban al hablar, e incluso llegué a celebrar en silencio mi solitario confinamiento. Aunque entre todas las cosas que pude ver ese día hubo algo que no pude sacar de mi mente y que aún no logro hacer; era la mirada inocente de una pequeña niña mulata, no mayor de cuatro años, que se escondía tras las piernas de su padre, para mirarme con timidez cuando me encontraba hablando con él.

De regreso a casa empezaba a hacer planes mentales de cazar a dicho animal por mis propios medios, ya me hacía buscando la escopeta de caza que estaba refundida en algún rincón de la casa o el viejo revólver de mi abuelo, montones de ideas y fantasías se apoderaban de mi cabeza. Por momentos me emocionaba la idea de ser yo quien pusiera fin al peligro que rondaba la región, al momento siguiente me molestaba la idea de tener que recibir visitas de extraños y periodistas que invadieran mi casa queriendo echarle un vistazo a lo que era el Engendro, por lo que deseché de momento la idea de ir en su búsqueda; sin embargo aún me preocupaba la idea de que realmente pudiera meterse en mi casa y hacerme año.

Ese mismo día mi temor y excitación se acrecentó bastante cuando el viejo reloj de péndulo que se encuentra en la sala marcó las seis de la tarde justo después de la comida y mis empleados empezaron a marcharse cada uno a su propia casa. El espanto empezó a apoderarse a cada momento de mí y me encerré en mi estudio para escapar del terror real entre el terror y las aventuras fantásticas que reinaban en los libros de mi biblioteca. Pero el silencio del estudio, sus lúgubres formas combinado con la excitación de mi mente hicieron el efecto contrario en mí, pues lejos de distraerme de lo que en el exterior ocurría, despertó en mi ser una sensibilidad mayor que empezó con la ligerísima y distante percepción de algo que rascaba en el techo de la casa y que con el paso de los minutos pude escuchar con mayor claridad.

En el momento en el que justo me sentía más asustado apelé a la razón que aún habitaba dentro de mi ser y burlándome de mi propio miedo, salí del estudio, entré con prisa en mi habitación, abrí de par en par la ventana para subirme al tejado y averiguar qué era lo que escarbaba tan molestamente en mi techo. Pero mi valor duró muy poco ya que cuando me sujetaba del marco de la ventana y apoyaba mi pie derecho en la reja de esta para subir al techo saltó muy por encima mío una figura espeluznante que me hizo emitir un grito de miedo, tropezar y caer para quedar colgando en muy incómoda posición de la reja. Me sujeté lo mejor que pude mientras la angustia me invadía por completo, traté de impulsarme para apoyarme mejor y dirigí mi mirada en un nuevo arrebato de valor hacía el muro de piedra que rodeaba la casa. Allí estaba, parado sobre el muro, más allá del viejo caucho, cual demonio parado sobre un pedestal con aire de triunfo; me miraba como si estuviera examinándome curiosamente con sus ojos malditos desde las cuencas profundas de su rostro, inclinando un poco la cabeza; mientras yo no podía moverme a causa del pánico. Medía por lo menos tres metros de largo, era langaruto, efectivamente como había dicho la mujer de la vereda tenía una vaga forma felina pero su piel supurante estaba desprovista por completo de pelo, desde la punta de la cola de látigo que ondulaba amenazante hasta la cabeza, esta última a su vez y sus zarpas eran desproporcionadamente grandes comparadas con el resto del cuerpo. Me miró por unos instantes y luego saltó hacía el camino que conducía hasta E… donde no pude verlo más.

A costa de un gran esfuerzo físico entré en la casa cerré la ventana y me encerré de nuevo en el estudio sin poder dormir hasta el día siguiente cuando llegaron mis empleados. Ese día me levanté casi al medio día y no quise decirle nada a nadie acerca de mí terrorífico encuentro pues temía que pudieran burlarse de mí o tomarme por loco, sin embargo me inquietaban los rumores y murmullos de mis empleados acerca de un nuevo ataque en la vereda. Pasé el resto del día muy alterado y sin salir del estudio ni siquiera para comer. Cuando el reloj marcó las tres de la tarde y todos se preparaban para marcharse nuevamente, pues era sábado, todos se iban más temprano ese día y no volvían sino hasta el lunes en la mañana, le pedí a mi empleada de mayor confianza, la mujer que atiende mi casa y prepara mis alimentos, que por favor se quedara conmigo esa noche pues me sentía mal de salud. La mujer de una forma indiferente, tan indiferente que me rompió el alma me dijo que no podía hacerlo pues debía regresar con su familia. En ese momento lamenté de corazón mi solitario encierro y me arrepentí por primera vez de vivir en destierro del resto del mundo en la mitad de la nada.

Una vez solo, entendí que si el Engendro regresaba no tendría mucho a donde ir ni muchas posibilidades de defenderme. Me dirigí hasta el sótano para buscar el antiguo revólver entre los cachivaches que me había heredado mi abuelo y regresé a la sala con el arma entre las manos para esperar la llegada del domingo; lejos de hacer lo que harían muchos, encerrarse en una habitación; traté de permanecer ahí, uno de los pocos sitios de toda la casa de donde podría salir corriendo sin problemas si así era necesario, ya que entendía que a tal criatura no le costaría mayor trabajo sacarme del último agujero del mundo si así se lo proponía. El cielo se oscureció temprano ese día y un fuerte vendaval empezó a azotar la casa lo que alteró aún más mis nervios, subí a mi habitación para buscar una linterna pues no quería encender las luces para no llamar la atención del Engendro cuando escuché de nuevo el ruido en el techo; cabalgaba sobre las tejas como una bestia por el campo. De repente el vidrio de la ventana de mi cuarto se reventó en mil pedazos y yo dejé escapar un disparo del revólver sin saber a dónde iba a parar. Escuché como la bestia corría de nuevo, ahora en dirección contraria y decidí que era el momento oportuno para salir corriendo y buscar refugio en la vereda. Bajé corriendo las escaleras, crucé rápidamente la sala y el jardín de la casa, me detuve por un momento para tratar de encontrar con la mirada a la abominación que me perseguía y lo vi nuevamente, estaba ahí acuclillado sobre el techo de la casa con el cuerpo de la niña que había visto en E… el día anterior entre sus zarpas delanteras, mientras sujetaba con sus fauces la cabeza de la pequeña que me miraba con tristeza y pavor. ¡Continúa viva!, me dije a mi mismo, pero estaba asquerosamente mutilada y yo sabía que ya nada podría hacer por ella, además de cobrar venganza por su muerte. Sentí más asco que nunca por la degenerada criatura e hice lo posible por utilizar de la mejor manera el revólver a pesar de mi falta de experiencia y el terrible viento que soplaba en contra mía. Apunté temblando al demonio y disparé varias veces sin mirar, pero las balas salieron del cañón con dirección desconocida. Una fuerte carcajada de aquella abominación y el resplandor de los ojos de al menos dos criaturas más del mismo tipo, que se acercaban hacía mí entre las sombras por detrás de la casa me hicieron soltar el arma y sin saber cómo, trepé por las enredaderas hasta la parte más alta del muro, al otro lado de este se encontraba el camino que conduce hasta E… más allá solo cultivos de caña al igual que en todas direcciones hasta donde alcanzaba mi vista. Salté sin pensar y emprendí la huida con dirección a la vereda. Corrí por un largo trayecto, aguantando mucho más de lo que podía haber imaginado gracias al exceso de adrenalina que fluía por mis venas; mientras escuchaba a mi espalda las zancadas y las carcajadas de los felinos monstruosos que me perseguían. Sentí sus nauseabundos alientos casi que en mi nuca y pensé que la única forma de cortar un poco el camino sería corriendo a través de los cañaduzales. Poco a poco las fuerzas me fueron abandonando y mis pasos se hacían más y más pesados, era difícil correr entre las matas de caña mientras sus hojas y espinas me rayaban por completo los brazos; de repente un fuerte dolor en mi costado derecho a causa del cansancio y que sentí como una puñalada estuvo a punto de hacerme detener, pero el terror que sentía no me dejó hacerlo. En ese momento sentí gran ansiedad y apreté los ojos, tratando de impulsarme con mis últimas fuerzas aunque tenía la certeza de que en cualquier momento tropezaría, caería tendido al suelo y sería atrapado y devorado por aquellas bestias. Empapado en sudor traté de acelerar el paso, pero el dolor en mis pies a causa del cansancio hizo inútiles mis esfuerzos. Los rugidos tras de mi eran cada vez más fuertes pero parecían meros susurros comparados con el fuerte latido de mi corazón desesperado.

De pronto una nueva sensación invadió mi mente y mi alma; sentí un gran odio y desprecio por el resto del mundo, por mis empleados que me dejaron solo y desprotegido, pero sobre todo por los habitantes de E… ahora aunque no sabía cómo, recuperaba las fuerzas para seguir corriendo; esta vez con mucho más ímpetu que antes. Abrí los ojos y de mi hocico lleno de dientes afilados escapó un rugido terrible mientras nos acercábamos cada vez más a E… y no podía menos que sentir placer, al darme cuenta que yo mismo usaba mis enormes zarpas delanteras, provistas de garras para impulsarme al correr.

Octubre de 2010

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