miércoles, 28 de enero de 2015

El Ruido

Acababa de terminar el informe que debía entregar en la oficina al día siguiente, el reloj marcaba casi las doce de la noche y me encontraba agotado después de una larga jornada de trabajo que había empezado casi a las tres de la mañana del día anterior. El sueño me vencía poco a poco y lo único que quería era tirarme a la cama y caer fundido entre sueños hasta la mañana del día siguiente. No había comido nada desde el almuerzo pero eso no me importaba, en ese momento solo quería dormir y no habría fuerza natural o sobrenatural en el mundo que fuera capaz de impedírmelo, o al menos así lo creía yo. La junta que me esperaba al otro día sería muy importante ya que de ella dependía un futuro exitoso en la empresa en la que trabajaba o un catastrófico despido, aunque eso no me preocupaba ya que tenía todos los detalles bajo control. Me dirigí hasta el baño como pude para lavarme los dientes antes de dormir, al mirarme al espejo vi mi rostro de cansancio y sentí un asomo de autocompasión desagradable; “Tienes que dormir” Dije para mí mismo y así me disponía a hacerlo. Me tiré en la cama y como pude me quité la ropa y los zapatos mientras se me cerraban los ojos. Cuando estuve en ropa interior acomodé la almohada bajo mi cabeza y entre sueños traté solo por costumbre de tomar la cobija a tientas a pesar de que no hacía frío.

Empezaba lentamente a entrar en ese estado placentero e indescriptible en el que uno es consciente de todo lo que sucede a su alrededor, pero en el que la voluntad de la mente ya no es suficiente para tener pensamientos coherentes o distinguir la realidad del mundo de los sueños. Poco a poco me iba quedando dormido y me sentía cada vez más desconectado del mundo exterior, cuando un desagradable y nefasto ruido me sacó contra mi voluntad del letargo en el que me encontraba y me puso insensiblemente de vuelta en la realidad. Sentía como el infernal zumbido se acercaba tanto a mis oídos que incluso me hacía pensar que lo tenía dentro de la cabeza. Traté de voltearme a un lado, pero el ruido seguía rondándome las orejas. Se callaba por momentos, como si su intérprete se cansara de silbar molestamente, pero luego continuaba con más fuerza que antes. Por momentos se alejaba de mi cabeza, lo oía en la distancia y luego regresaba para internarse en mis oídos como si pretendiera pasar de lado a lado mientras yo manoteaba entre sueños, colérico y con los ojos cerrados.

De pronto sentí una presencia diminuta que se posó sobre mi frente; preparé el golpe mortal que le daría fin a la maquiavélica criatura que se empeñaba en desvelarme, en mi interior sentía un placer enorme de poder vengarme de aquel malvado ser que me robaba el sueño. Impulsé mi mano con todas mis fuerzas, en la habitación se oyó un golpe seco y sentí el dolor causado por el golpe de la palma de mi mano contra mi frente, pero decidí no retirarla ya que el maléfico bicho podría continuar con vida; por el contrario hice más presión e incluso moví la mano con violencia de lado a lado para estar completamente seguro. Retiré con suavidad mi mano mientras sonreía con malicia, satisfecho por mi hazaña. Me acomodé nuevamente, templé mi cobija y suspiré complacido cuando en las lejanías de mi cuarto se escuchó de nuevo la canción monotemática del infernal piloto que combatía incansablemente para no dejarme dormir.

Por algunos momentos intenté ignorarlo pero eso no resultó, así que me hallé a mí mismo manoteando al aire, sin dar en el blanco en la oscuridad de la noche. Encendí la luz y me puse de pie para intentar darle cacería a mi enemigo como lo haría el oficial más aguerrido de cualquier ejército que le rastrea los pasos a un criminal peligroso. Miraba aturdido en todas direcciones tratando de hallar a mi oponente pero no podía dar con su rastro, ya que se había quedado completamente en silencio. Apagué la luz nuevamente para ver si me podía quedar dormido antes de volver a escuchar el infernal murmullo pero fue en vano; tan pronto como la luz estuvo apagada lo oí cantar sobre mi cabeza tan fuerte como antes. Volví a encender la luz seguro de que esta vez si daría con su paradero, pero otra vez mi búsqueda fue en vano. Apagué la luz nuevamente y nuevamente la historia fue la misma. La misma jugada se repitió en tres o cuatro ocasiones más hasta que decidí hacer algo un poco más trascendental.

Fui hasta la cocina y busqué el atomizador de veneno que nunca usaba, lo llené e inundé la habitación con el gas tóxico a tal punto que incluso a mí se me dificultaba respirar. Dejé la puerta del cuarto abierta para que aireara un poco y pasé unos minutos sentado en el comedor esperando a que se disipara un poco el olor a veneno; sentía como si tuviera los ojos llenos de arena que me lloraban sin control y mi boca se inundaba a cada instante con bostezos gigantescos imposibles de contener. Cuando decidí que ya había sido suficiente regresé a mi habitación y me tiré de lleno en la cama dispuesto a descansar, pero todo fue en vano ya que instantes después el ruido había regresado.
Era como si el maldito bicho fuera consciente de lo que yo hacía y hubiera salido conmigo de la habitación a esperar que se disipase la atmósfera mortal. Poco a poco me desesperaba cada vez más y en vano pensé que el problema se quedaría en la habitación, así que decidí ir a dormir al sofá de la sala; pero hasta allí me siguió el aviador de mi tortura. Regresé a la habitación casi a punto de estallar en llanto y se me ocurrió que si el no quería mostrarse yo lo obligaría a hacerlo. Empecé a sacudir fuerte y rápidamente la puerta de un lado a otro para crear una corriente de aire, moví la cama y todo lo que en mi cuarto se encontraba pero ni siquiera esto sirvió de mucho, porque mi cruel verdugo se negaba a revelarse. Una vez más apagué la luz y me senté en la cama esperando volver a oír el desagradable zumbido que sin decepcionarme, de nuevo estaba ahí.

Me tomé la cabeza y me halé el cabello iracundo, cuando se me ocurrió otra idea genial, tenía que engañarlo. Esta vez dejé la luz de la habitación apagada abrí la puerta de par en par y encendí la luz del corredor, tomé una sábana y empecé a sacudirla por todo el cuarto para obligarlo a salir, después de un rato apagué la luz del corredor y cerré rápidamente la puerta, esta vez estaba seguro de que había ganado, pero al acostarme ahí estaba de nuevo mi insufrible huésped. ¡Que me pique pero que no zumbe! dije en un susurro y tiré la cobija en un rincón de la habitación, pensando que si se alimentaba callaría por fin su concierto infernal y me dejaría dormir en paz, me quedé así por un rato y efectivamente el ruido cesó por un momento. Traté de recuperar el sueño pero ahora sentía un insoportable escozor en mi tobillo; traté de hacer caso omiso de esto pero nuevamente el ruido maldito estaba ahí.

Parecía que la sangre con la que se había alimentado, ¡Mi propia sangre!, le había otorgado fuerzas para ahora cantar más fuerte que antes. Una vez más sentí que se internaba en mis oídos y mandé un manotón tan fuerte que al golpear casi me deja sordo. Tal vez a muchos kilómetros de distancia pudo oírse un chillido de dolor de parte mía y un insulto lanzado al aire que bien pudo haber despertado a mi difunta madre. Traté de taparme la cabeza con la almohada, pero esto también resultó inútil. Encendí la luz una vez más y me senté en la mitad de la cama para ver si al quedarme quieto podría cazarlo. Creo que la escena no podía ser más patética, me quedé por largo rato sentado semidesnudo en la cama, como un idiota autómata, con las palmas de las manos abiertas y separadas unos centímetros la una de la otra. No se oía nada, todos mis intentos eran en vano e incluso empezaba a descolgar la cabeza por momentos a causa del indomable sueño. Pero cada vez que cerraba los ojos oía en las lejanías el retumbar de su zancudesca canción.

Una nueva idea cruzó por mi cabeza, una idea que no podría fallar. Si hacía un poco de humo seguro lo ahuyentaría por completo. Bajé hasta la cocina y tomé unas cuantas cascaras secas de naranja que habían entre la basura y un poco de canela, las puse sobre la tapa de una olla y busque con afán un poco de alcohol en el botiquín pero este último no pude hallarlo. Subí de nuevo y rocié el contenido de la tapa con una gran cantidad de un aerosol para el cuerpo que tenía en mi mesa de noche y le prendí fuego con un cerillo. La habitación ahora se colmaba con una gruesa cortina de humo pero estaba dispuesto a soportarlo si esto hacía que el cantante nocturno se callara definitivamente. Apagué la luz y decidido me arrojé nuevamente a la cama. La habitación rápidamente se llenó de humo y a pesar de que había dejado la puerta abierta empecé a sentir escozor en la nariz, luego una tos insoportable, ganas de estornudar y lo peor; ahí estaba de nuevo el maldito zumbido.
Iracundo me levanté y empecé a arrojar todo por los aires, con la luz encendida trataba de hallarlo de forma desesperada, arrojaba cosas contra las paredes que se desportillaban en mil pedazos creyendo escuchar a mi verdugo en todas partes, pero todo era inútil. A pesar de que lo escuchaba claramente era para mi imposible verlo. Enfurecido tomé el aerosol y encendí un cerillo frente a él al mismo tiempo que roseaba la llama rugiente por toda la habitación, pero cada vez y a pesar del sonido de las llamas escuchaba su cantar más y más fuerte. Empecé a gritar desesperado tratando inútilmente de opacar su insoportable chillido. Lancé maldiciones al aire y le juré acabar con su vida así fuera lo último que hiciera esa noche, bajé y saqué combustible de mi auto en un tarro plástico y empecé a regarlo por toda la casa, finalmente prendí otro cerillo y lo arrojé al combustible de tal forma que ahora la casa entera estaba en llamas, salí corriendo semidesnudo a la calle sin entender bien lo que yo mismo había hecho pero complacido por haber acabado por fin con la vida de mi enemigo. En el cielo empezaban a verse los primeros visos de la luz de la mañana. Aturdido finalmente me derrumbé en un andén mientras mis vecinos salían corriendo de sus casas, preguntándose los unos a los otros y preguntándome a mí mismo que había sucedido.

Lo he matado dije entre lágrimas, finalmente lo he matado. Pronto llegaron los bomberos y la policía para tratar de resolver el enorme lío que yo había causado a culpa del despreciable verdugo volador que me había mantenido en vela toda la noche. Alguien me ofreció una manta pues el frío de la mañana era terrible, oía en las lejanías las voces de las personas que murmuraban y decían cosas. Alguien más, tal vez un oficial de policía me hacía preguntas estúpidas que me sentía totalmente impedido para responder, lo único que atinaba a pensar era: ¡Por fin lo he matado!.

Trataron de tomarme por el brazo, pero me desvanecí débilmente, cuando de repente lo escuché de nuevo, ahí estaba, ahí estaba el maldito ruido. Lo oía dentro de mi cabeza, tan claro como en el primer momento. Me puse de pie de inmediato con mis fuerzas renovadas por el odio y la cólera, mis gritos eran desgarrados a causa de la rabia que me generaba seguirlo oyendo y salí a correr a toda velocidad mientras varias personas trataban de detenerme desconcertadas sin poder lograrlo. Me paré frente a un poste de la energía sin saber que más hacer, lo sujeté con mis manos y le di el cabezazo más fuerte que alguien hubiera podido dar. Quedé un poco aturdido pero aún podía escuchar su zumbido así que esta vez tenía que eliminar por completo al  impío bicho que aún me atormentaba desde dentro mi cabeza, me alejé del poste unos cuantos pasos entre los gritos de la gente, tomé todo el impulso que pude y embestí el poste con todas mis fuerzas. Reboté como una vulgar pelota mientras varias personas me tomaban por los brazos para impedir que repitiera mi absurdo embate contra el poste. Sentí un dolor intolerable y la vista inundada por un líquido rojo y caliente que rápido empezaba a chorrear por toda la cara, pero aún estaba ahí el enloquecedor zumbido. Las múltiples manos que me sujetaban no fueron suficientes para detenerme, ya que me zafé fácilmente y me arrojé una vez más de cabeza contra el poste. Caí al suelo derrotado y casi muerto a causa del impacto, en las lejanías aún oía y veía a las personas que llegaban de todas partes para controlarme pero el zumbido había cesado por completo. Cerré los ojos tranquilo y perdí el conocimiento, en parte a causa de los golpes y en parte a causa del sueño, cuando abrí los ojos de nuevo ya me encontraba en esta habitación con paredes y suelo acolchados, totalmente debilitado y con esta prenda blanca que me inmoviliza los brazos por completo, pero al menos; aquí no escucho el infame ruido que me quitó esa noche el sueño...

Septiembre de 2010

2 comentarios:

  1. Un pequeño problema que se termina convirtiendo en obsesión. Muy buen relato, Andrés. La tensión va creciendo hasta ese cierre perfecto.
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Federico por tu comentario, un abrazo de vuelta man.

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