jueves, 12 de febrero de 2015

Vida de perros

“En memoria de un hombre al que jamás conocí y de aquella sombra de la que solo queda un retrato”.

Llegué a este mundo, con mis hermanos y hermanas pero fui arrebatado del calor familiar apenas pude abrir los ojos. Esos bípedos lampiños llegan a creer que lo olvidamos todo, pero se equivocan; siempre recordamos, aunque al igual que muchos otros pasamos nuestros recuerdos por alto para buscar nuestra felicidad. Mi historia es igual a la de muchos; es la misma historia que se repite en cualquier lugar a donde miro.

Hace muchos años que uno de aquellos bípedos se interesó por primera vez en mí, hizo que me pusieran cintas incómodas en la cabeza y me llevó consigo a su casa, a la que según decía sería mí nuevo hogar. Fue allí donde me puso al cuidado de un bípedo mucho más pequeño, que me apretó entre sus brazos con gran emoción nada más al verme.

Soportar a aquel bípedo pequeño era incomodo, era molesto que me halara de todas partes, era molesto que me apretara tan fuerte y era molesto que tiempo más tarde intentara cabalgarme, pero incluso en esos momentos pensaba que todo se debía al cariño que me tenía. Por otro lado los bípedos más grandes no comprendían mis propios deseos, mis costumbres, ni mis necesidades; fue así como terminé adaptándome a los comportamientos de esos seres y sus vicios extraños. No puedo negar que durante un tiempo creí ser feliz y creí ocupar un lugar entre los miembros de aquel grupo dispar.

Aprendí cosas mucho más rápido que mí amo y sentía que era mi responsabilidad protegerle, acompañarle y apoyarle en todo momento. Tuve la oportunidad de verle crecer, fui testigo de sus tristezas, de su felicidad, de sus éxitos y sus fracasos, lo vi madurar y transformarse en un bípedo grande, fui confidente de sus secretos, de cosas de cosas que a mí nunca me parecieron tan graves pero que sabía que él no le contaría a nadie más.

Pero ni siquiera la lealtad hace que la gratitud de aquellos seres dure para siempre. Con el pasar del tiempo las cosas se hicieron difíciles, mis comodidades y privilegios disminuían cada vez más y la intolerancia que despertaba entre aquellas criaturas lampiñas era evidente, hasta que una tarde calurosa fui echado afuera sin vacilaciones. Al principio no quería aceptarlo, traté infructuosamente de ser recibido de nuevo, pues no entendía en que podía haberles fallado, para mí era difícil entender que aquellos seres extraños a los que llegué a querer tanto no me querían ya más a su lado. Vagué sin rumbo durante algún tiempo sin saber a dónde ir, la vida me enseñaría de la manera difícil a sobrevivir afuera, acompañado solo por el instinto natural con el que fui dotado desde mucho antes de nacer.

Fue entonces cuando conocí a muchos iguales a mí que nunca fueron mis amigos, pero tampoco mis enemigos, solo sabía que aunque eran mi competencia en la lucha por sobrevivir, muchos de ellos tenían una historia similar a la mía. Las peleas por un bocado, las noches de frío y las tardes de intenso calor, el maltrato de los que no nos entienden, las relaciones furtivas que ocasionalmente duran algunos minutos y que algunas veces traen al mundo a otros como yo de los que jamás tuve ni espero tener noticia, las largas caminatas sin rumbo me enseñaron con el paso del tiempo; que tenía algo más valioso que cualquier otra cosa en el mundo; era mí libertad, libertad adquirida por derecho propio y defendida a pulso.

Aquí afuera aprendí muchas cosas, Aprendí que la comida es difícil de conseguir y que cuando la consigues es mejor comerla rápido si no quieres perderla, que siempre debes temerle a aquellas cosas atractivas que giran rápidamente al pasar pues vi a muchos perder la vida bajo su embestida mortal, aprendí que cuando los bípedos recogen algo del suelo lo más prudente es correr rápidamente en dirección opuesta, aprendí sobre todo que a aquellos bípedos les molesta que le cante con sentimiento a la luna llena.

Fue así entre ires y venires que conocí al que hasta hoy ha sido mi amigo, uno de aquellos de dos patas que por su comportamiento y su forma de vivir ha tenido más cosas en común conmigo que con los bípedos de su especie. Al principio sentí gran desconfianza por aquel ser como la que sentía por todos los de su raza. Pero ese ser mal oliente y andrajoso, desdentado, de pelos enmarañados y sucios, que sobrevive al igual que yo entre basura y desperdicios me ha demostrado su amistad sincera sin esperar de mí nada a cambio. A pesar de estar siempre juntos, jamás he sentido que sea mi dueño. Ambos hemos sido libres, libres de seguir vagando juntos o de tomar cada uno nuestro propio camino. Somos tan similares y tan diferentes como cualquier otro par de seres en el mundo.

Pero desde hace algunas noches algo empezó a suceder; mi compañero se ha estado comportando de una manera extraña, cosa que me ha causado gran temor; pues conozco mejor que nadie los cambios bruscos entre los de su raza. Ha empezado haciendo ruidos extraños y periódicos mientras se oculta el rostro con una de sus extremidades superiores; esta mañana no quiso levantarse del sitio en el que pasamos la noche. Tengo una rara sensación que no me deja en paz y que me ha hecho sentir mucha angustia.

Mi compañero me habló esta mañana con tristeza, mientras sus ojos se hacían agua y me palmeaba el lomo débilmente. En un momento se quedó inmóvil, sin hacer ruido, mientras se ponía cada vez más frío. Al notar esto me eché sobre su pecho para brindarle algo de calor.

La nostalgia me ha dominado sin saber por qué, mientras muchos bípedos se reunían a nuestro alrededor, mirándonos con sus ojos fríos y murmurando cosas entre ellos. Un par de ellos se nos acercaron para separarnos y aunque intenté defender a mi amigo con todas mis fuerzas, me di cuenta que ya no soy joven como antes, que el paso del tiempo ha hecho su efecto en  mí y mis esfuerzos no fueron suficientes para evitar que se llevaran a mi compañero.

Después de someterme, cubrieron a mi colega con  una envoltura negra que producía un sonido pegajoso y lo apartaron de mí. Inútilmente intenté que nos llevaran juntos. Hace ya un rato que esto sucedió, la multitud de curiosos se ha dispersado y aunque ya ha caído la noche, sigo aquí, arrebujado entre los cartones sucios y diarios viejos que aún conservan su olor, esperando a que regrese pronto para que juntos sigamos felices vagando por el mundo; mientras tanto, siento un vacío en mi interior y unos deseos incontrolables de cantar, de cantarle a la luna una vez más.


Septiembre de 2010

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